Ojalá nunca nos acostumbremos

Sarah Churman nunca olvidará el día en que escuchó su voz con claridad por primera vez. Nació con una severa sordera y aprendió a hablar a través de terapias de lenguaje y leyendo los labios. Si bien usó aparatos para oír mejor desde los dos años, siempre los sonidos los percibía como si se encontrara bajo el agua. Pero hace muy poco tiempo todo cambió cuando le colocaron un implante. Este video lo grabó el esposo de Sarah:

He visto el video al menos 10 veces, pero no dejo de emocionarme cada vez que lo veo. Y aunque las imágenes hablan por sí solas, les dejo la traducción por un motivo muy importante 🙂

Asistente: Aquí vamos…

Asistente: En este momento tu aparato está encendido. ¿Lo puedes notar?

(Sarah rompe en llanto)

Asistente: Es emocionante… Puedes bajar el control por un momento, para que te acostumbres al sonido.  ¿Cómo suena todo?

Sarah: No quiero escucharme llorar.

Asistente: ¿Puedes escucharme? ¿Puedes escuchar tu voz? ¿Tu voz suena muy alta?

Sarah: Hmm…no…realmente no. Mi risa sí se siente alta.

Asistente: Está bien, te vas a acostumbrar a todo esto con el tiempo.

Ojalá Sarah nunca se acostumbre.

Ojalá nosotros nunca nos acostumbremos al milagro de oír.

Ojalá todos los días al despertar y escuchar los primeros sonidos de la mañana sintamos la alegría, el asombro y el agradecimiento de Sarah.

Ojalá siempre escuchemos el mundo como si lo estuviéramos haciendo por primera vez.

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La niña que no sentía dolor

¿Cuántas veces hemos deseado no sentir dolor cuando nos golpeamos? ¿O cuando comemos más de lo que debemos? ¿O cuando estamos en cama con uno de esos resfríos que nos hacen sentir como si nos hubiera pasado por encima un camión? Hay una persona en el mundo que pareciera tener ese problema resuelto. Kayla Woodhouse no siente el dolor ni percibe la temperatura.

Hoy tiene 14 años, pero cuando cumplió apenas un añito le detectaron una extraña condición llamada Neuropatía Sensorial Autonómica Hereditaria. De bebé, Kayla se golpeaba contra las paredes y al no sentir dolor pensaba que era un juego, se golpeaba y golpeaba hasta que alguien la detenía. Un día la encontraron corriendo en la nieve, descalza, a una temperatura de -10°C. Un diciembre sus papás descubrieron que se estaba comiendo una lucecita del árbol de navidad, pero Kayla no sentía los trozos de vidrio cortando su lengua…

Kayla tiene que estar constantemente vigilada por su familia, sólo puede salir a jugar de noche, y su casa debe estar a una temperatura de 17°C para mantener su cuerpo funcionando correctamente. Si tiene que dejar la casa durante el día, cosa que evita lo más posible, va con un chaleco relleno de bolsas que contienen gel helado. Si no lo hace corre el riesgo de sobrecalentarse y morir. Las cosas que son más cotidianas para nosotros para Kayla son un reto, hasta ducharse se vuelve un peligro al no saber si de pronto el agua puede estar tan caliente que le queme la piel.

A pesar de todo esto, o quizá precisamente debido a todo esto, Kayla es una niña que vive cada momento intensamente, que disfruta cada pequeña alegría, que no se lamenta de su suerte ni por un instante. A sus 14 años ya es co-autora de tres libros; y gracias a su historia, su familia fue elegida por el programa Extreme Makeover: Home Edition para recibir una casa nueva, totalmente acondicionada para que Kayla pueda vivir de la mejor manera posible.

Con la historia de Kayla caí en cuenta que nuestra capacidad de sentir dolor, calor y frío es una de las mayores bendiciones que tenemos. Es nuestro sistema de alarma y autoprotección. ¿Corremos el riesgo de pasar tanto frío que nuestro cuerpo caiga en hipotermia sin que nos demos cuenta? No, mucho antes ya nuestro cuerpo nos indica que nos abriguemos. ¿Corremos el peligro de pasar tanto calor como para estar en riesgo de deshidratarnos súbitamente? No, mucho antes nuestro cuerpo nos pide que nos pongamos a la sombra y tomemos agua.

El dolor, tanto el físico como el emocional, nos protege y nos avisa que lo que estamos haciendo nos está dañando de algún modo. Y nuestro instinto de supervivencia nos impulsa a calmar ese dolor, idealmente lidiando con la causa: comiendo de manera más saludable, teniendo más cuidado al usar un martillo, protegiendo nuestro corazón cuando nos enamoramos; en lugar de sólo tratar de calmar los síntomas con remedios que adormecen el dolor: Buscapina, Hirudoid, Johnny Walker 🙂

Hoy tomemos un momento para agradecer que sentimos, agradecer que a veces algo nos duele, agradecer que sudamos, que temblamos de frío. Si no fuera así, tendríamos que ver la vida pasar desde una ventana, como lo hace Kayla.